El recorrido final fué este, de 53 km:

Como veis hay un poco de todo, interior y costa. Gracias a la lluvia recién caída, la constante fué el aire fresco y el aroma de los eucaliptos, que flanquearon los márgenes de la carretera durante todo el camino.

Durante gran parte del recorrido se alternaron el sol y la sombra, cada curva ofrecía una gama distinta de luz y colores que luchaban por colarse entre las ramas.


Casi sin darme cuenta, llegué a la carretera general que une Viveiro con Burela, opté por continuar en sentido hacia Viveiro pues sabía que unos quilometros más adelante había otro desvío tentador que no quería dejar escapar: Faro Roncadoiro. Normalmente los faros siempre ofrecen bellas estampas, una por la propia fotogenia de la construcción y otra por resultar un mágnifico balcón para contemplar el mar. No me equivoqué.



Como siempre, incluso con la cámara de un teléfono, las últimas horas de luz del día nos regalan imágenes como estas...

Mirad que solita esta ella en el aparcamiento... parece que también está disfrutando del paisaje...

Con el Faro Roncadoiro en mi retrovisor, emprendo el camino de regreso perseguido por nubes de tormenta. Apreté el puño (lo reconozco) para escapar de ellas, llegando a Burela con el tiempo justo para guardar la moto antes de que descargara un diluvio, por otra parte necesario para que los campos sigan siendo tan verdes y maravillosos como los que hoy disfruté.
